Qué alivio saber que faltan pocos días de esta larga campaña electoral. En verdad que estoy ‘enzorrado’ por el montón de mensajes que me llegan, en su mayoría mentirosos o sesgados, lanzados desde las dos campañas o de sus seguidores.

Me inquieta, por ejemplo, entender qué pasa en la mente crítica de dos distinguidos profesionales de la misma generación, con similar nivel de vida y educación, uno que denosta contra Uribe y da sus razones para no votar por Duque; y otro que explica, con igual contundencia de argumentos, por qué no puede votar por Petro. Esto me regresa a conclusiones a las que he llegado con el paso de los años: las ideologías son la fuente mayor de miopía frente a la realidad social, y la materia prima de la falta de objetividad.

Las ideologías son tan malsanas como la ignorancia. Y ya sabemos que hay al menos dos clases de ignorancia: una no culpable, por falta de oportunidades; y otra, la ignorancia calificada. Me refiero a ésta última, la que impide a las personas que han recibido una buena educación y mejores oportunidades, salir de las pasiones o de la información viral y buscar otras fuentes.

Los políticos juegan con ambas ignorancias: la básica, para sembrar falsas ilusiones a cambio de votos; y la calificada, para que los que estamos obligados a pensar, no leamos lo suficiente, no profundicemos lo suficiente y nos quedemos en las medianías.

Entre tanto, hay una verdad que no se esfuerza por salir a flote, porque es humilde y renuncia al estrellato, al inmediato click, al Photoshop y al selfie. Es la verdad que combaten los manipuladores y que es acallada por las ideologías, por la pereza mental o por la ingenuidad culpable.

Pero en todas las coyunturas, alguno la tiene clara; que es como la conciencia que grita pero que uno no escucha cuando se deja guiar por la soberbia, por el resentimiento o por el afán de llegar, a cualquier precio; y todos hemos sido víctimas de esa parte débil nuestra. Y es lo que acabo de sentir al escuchar a una representante en el Parlamento español, Ana Oramas, con ocasión de la moción de censura a Rajoy, jefe de un partido embebido en corrupción. Invito a escuchar su breve pero contundente discurso, cargado de dignidad y coraje, como una voz aislada que dice la verdad frente a sus compañeros que la miran con vergüenza, porque saben que tiene la razón, pero, y qué importa, con tal de satisfacer sus apetitos ideológicos y materiales.

Ojalá el nuevo Presidente de Colombia haga su mejor esfuerzo para no llegar al fraccionamiento de España, a la que tienen al borde de la secesión y el surgimiento del viejo fantasma de los odios entre las ideologías opuestas.

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