A propósito de la publicitada renuncia la semana pasada, mi amigo Henry Char me recordó un comentario que oímos de un sacerdote ya fallecido, que se refería a que sentía susto cuando un cura ejercía el sacerdocio de una manera “tropical”, porque no es fácil que un hombre que ofrece su alma, su cuerpo y su corazón enteramente a Dios, que vive un llamado especialísimo de Él para su dedicación entera, pueda mantenerse sustraído del medio en el que desarrolla su vocación, si opta por vivir una vida parecida a la de los parroquianos a los que se dirige.

Precisamente por eso, creo no ser el único que espera de un sacerdote, que no parezca uno de nosotros; es decir, que se vista con un sello diferente; que no baile con mujeres, como baila uno con la suya; que no tome trago en público con el desparpajo que lo hacemos nosotros; que no use las palabras que uno emplea cuando está con sus amigotes… en fin, no puedo ocultar que me agradan los sacerdotes que no disimulan su estado negándose a usar las pintas y las formas de cualquier feligrés; y sí, en cambio que se note que es un sacerdote, también por su forma de vestir, por ejemplo.

Cómo es de recomendable en estos tiempos que nuestros curas, como lo consagra el derecho canónico, guarden la debida prudencia en el trato con quienes pueden poner en peligro su obligación de cuidar la continencia o ser causa de escándalo para los fieles, especialmente en tiempos de Facebook, Instagram o WhatsApp, donde fotos inocentes pueden perfectamente ser mal percibidas por los feligreses. Compostura y cariñosa distancia, ¡cuánto se agradece! En suma, que procuren evitar aquellas cosas que, aun no siendo indecorosas, son extrañas al estado clerical, porque no es verdad que los cristianos deseamos ver en el sacerdote a un hombre más, sino a un hombre de Dios.

En el sacerdote queremos admirar virtudes que quisiéramos tener los demás cristianos. Pero sobre todo, que uno perciba con claridad que su corazón no está dividido, porque su único y verdadero amor es Jesús, y que de Él deriven su pasión por nosotros, sus fieles, a quienes se deben. Para nosotros los laicos casados, el celibato de los sacerdotes es algo muy serio, que hace que admiremos en extremo a esa persona que renuncia a amores nobles para dedicarse con exclusividad a Dios y a nosotros, su grey. Y lo agradecemos de veras.

Por la misma razón, se valora el servicio del padre Linero durante su bondadosa vida sacerdotal, y de seguro que Dios se lo tendrá en cuenta, aunque nos duela su renuncia. Necesita la Iglesia muchos sacerdotes, pero sacerdotes santos, que nos ayuden a todos a librar esta dura lucha diaria por ganarnos el cielo.

Nicolás Pareja Bermúdez*
npareja@np-asociados.com

*Abogado