Cómo no pensar en el papel de la universidad pública en tiempos del paro universitario. De lo que los medios nos cuentan, las protestas pretenden provocar el giro de más recursos del Estado para sostener, mantener, y que funcionen estas instituciones. Pero del fondo, de lo que define el papel de la universidad no nos cuentan nada, o porque de eso no se trata el paro vigente, o porque quienes lo protagonizan no han sabido contar esos reclamos.
Para los que por lustros han estado vinculados a la vida universitaria es palpable el deterioro en algunas áreas. En mi caso, que por más de 20 años fui docente, el deterioro en la calidad académica e interés por el rigor intelectual de alumnos y cuerpo docente, por cumplir el deber propio y el afán de superación, se fue haciendo más evidente -¡oh paradoja!- a medida que se incorporaron las tecnologías y el conocimiento se fue poniendo con más facilidad al alcance de la mano.
Mi ingenua ilusión de que con los ‘smartphones’, y demás artilugios inteligentes crecería la agudeza en el salón de clases, se vio frustrada por la derrota que el ‘copy page’, el “perreo mami perreo” y otras liviandades propinaron al uso más ventajoso de esos medios tecnológicos; como si la frivolidad venciera a la consistencia. Me vi compelido a desertar, pues al dañarse mi motivación, no me pareció leal seguir en la vida universitaria. Aún me pesa en la conciencia no dar más, y en dónde estuvo mi parte de responsabilidad en esa percepción de deterioro, en mi frustración por la mediocridad percibida en el ambiente. Quién sabe cuántos docentes de vocación se han retirado o no ingresarán a la universidad por esas razones y porque la exigua retribución no hace sostenible la vinculación de buena parte de los mejores profesionales disponibles.
Aparte mi propia culpa, concuerdo en que, como lo han dicho otros que saben más, se privilegiaron las cuestiones instrumentales, la burocratización, los farragosos procesos de acreditación, en desmedro del énfasis en formar hábitos intelectuales como la lectura crítica, la capacidad de reflexión y argumentación, la interpretación global de la realidad, o el interés por la verdad, actos que generan la capacidad intelectual creativa necesaria para buscar y alcanzar vidas plenas de sentido.
La universidad pública tiene que recuperar su papel de faro de la sociedad, para lo cual debe vincularse aún más a las realidades de su entorno, o hacerlo de una manera más eficiente, para que la comunidad no la vea como un submundo por el cual se pasa para obtener el diploma del cual dependerá el sustento. Porque, de seguir así, no cambiará la percepción de que navega en una especie de mundo paralelo.
*Abogado